Saludo ¡Paz y Bien! y el salmo 121

21.05.2014 06:11

 

 

SALMO 121 (V6,9)

 

6Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
7haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».

8Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
9Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

 

"Llegamos ahora a la invocación final del salmo 121(cf. vv. 6-9). Toda ella está marcada por la palabra hebrea shalom, «paz», tradicionalmente considerada como parte del nombre mismo de la ciudad santa: Jerushalajim, interpretada como «ciudad de la paz».

Como es sabido, shalom alude a la paz mesiánica, que entraña alegría, prosperidad, bien, abundancia. Más aún, en la despedida que el peregrino dirige al templo, a la «casa del Señor, nuestro Dios», además de la paz se añade el «bien»: «te deseo todo bien» (v. 9). Así, anticipadamente, se tiene el saludo franciscano: «¡Paz y bien!». Todos tenemos algo de espíritu franciscano. Es un deseo de bendición sobre los fieles que aman la ciudad santa, sobre su realidad física de muros y palacios, en los que late la vida de un pueblo, y sobre todos los hermanos y los amigos. De este modo, Jerusalén se transformará en un hogar de armonía y paz.

Concluyamos nuestra meditación sobre el salmo 121 con la reflexión de uno de los Santos Padres, para los cuales la Jerusalén antigua era signo de otra Jerusalén, también «fundada como ciudad bien compacta». Esta ciudad -recuerda san Gregorio Magno en sus Homilías sobre Ezequiel- «ya tiene aquí un gran edificio en las costumbres de los santos. En un edificio una piedra soporta la otra, porque se pone una piedra sobre otra, y la que soporta a otra es a su vez soportada por otra. Del mismo modo, exactamente así, en la santa Iglesia cada uno soporta al otro y es soportado por el otro. Los más cercanos se sostienen mutuamente, para que por ellos se eleve el edificio de la caridad. Por eso san Pablo recomienda: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6,2). Subrayando la fuerza de esta ley, dice: "La caridad es la ley en su plenitud" (Rm 13,10). En efecto, si yo no me esfuerzo por aceptaros a vosotros tal como sois, y vosotros no os esforzáis por aceptarme tal como soy, no puede construirse el edificio de la caridad entre nosotros, que también estamos unidos por amor recíproco y paciente». Y, para completar la imagen, no conviene olvidar que «hay un cimiento que soporta todo el peso del edificio, y es nuestro Redentor; él solo nos soporta a todos tal como somos. De él dice el Apóstol: "Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Co 3,11). El cimiento soporta las piedras, y las piedras no lo soportan a él; es decir, nuestro Redentor soporta el peso de todas nuestras culpas, pero en él no hubo ninguna culpa que sea necesario soportar» (2,1,5: Opere di Gregorio Magno, III/2, Roma 1993, pp. 27.29).

Así, el gran Papa san Gregorio nos explica lo que significa el Salmo en concreto para la práctica de nuestra vida. Nos dice que debemos ser en la Iglesia de hoy una verdadera Jerusalén, es decir, un lugar de paz, «soportándonos los unos a los otros» tal como somos; «soportándonos mutuamente» con la gozosa certeza de que el Señor nos «soporta» a todos. Así crece la Iglesia como una verdadera Jerusalén, un lugar de paz. Pero también queremos orar por la ciudad de Jerusalén, para que sea cada vez más un lugar de encuentro entre las religiones y los pueblos; para que sea realmente un lugar de paz.

[Texto de la Audiencia general del Papa San Juan Pablo II del Miércoles 12 de octubre de 2005]

 

 

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