El Espíritu Santo en nuestras Vidas
06.06.2014 04:53
El Espíritu de Dios está en nuestras vidas, pero muchas veces no lo reconocemos
y actuamos como si Él no existiese o no esté cerca nuestro.
De esa manera no hablamos con Él, no recurrimos a Él.
Pero si estamos atentos y repasamos nuestra vida, veremos que su acción,
su don, se hace presente cotidianamente.
Es que Él es nuestro Santificador, esa es la tarea que Jesús nuestro Señor le dejó.
Repasando sencillamente los dones del Espíritu Divino, Dios,
tercera persona de la Santísima Trinidad, nos proponemos reconocerlo
en nuestras vidas, en nuestro interior y así trabajar junto a Él, para vivir
como sus Hijos, sus instrumentos, para la mayor gloria de Dios.
DONES DEL ESPÍRITU SANTO
Sabiduría: Gusto para lo espiritual, capacidad de juzgar según la medida de Dios.
“Un cierto sabor de Dios” (Santo Tomás)
Entendimiento: Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y
profundizar las verdades reveladas.
“¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros en el
camino, explicándonos las Escrituras?” (Lucas 24:32, Discípulos de Emaús).
Consejo: Ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone, sugiriéndole
lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma.
Fortaleza: Fuerza sobrenatural para obrar valerosamente lo que Dios quiere de
nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida.
Ciencia: Nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas, en su relación con el
creador. Así logra descubrir el sentido teológico de lo creado, viendo las cosas
como manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de
la belleza, del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente
impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción
de gracias.
Piedad: Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios
como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo Padre.
Clamar ¡Abba, Padre!
Temor de Dios: Temor a ofender a Dios, humildemente reconociendo nuestra debilidad.
Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de
no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de
"permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7).
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